¿Por qué nos hacemos retratar en pleno siglo XXI?

Esta es posiblemente la pregunta que más nos hacemos en el estudio con todas aquellas personas que habéis venido a fotografiaros. ¿Por qué nos hacemos retratos en pleno siglo XXI?

Recuerdo de hecho que hace unos diez años, cuando iba a ver a mi pareja a la que acabaría convirtiéndose en mi ciudad, me enseñaba todos los estudios de retratista que había. "Mira, aquel es el que me hizo las fotos de la comunión". "Mira, este otro es el mítico de toda la vida!"...

Diez años después, la mitad de ellos han cerrado. Quien mantiene las puertas abiertas, lo hace anunciando que hace fotografías para el DNI, e imprime las fotos de las vacaciones en 10x15cm o 15x20cm en 5 minutos.

Esta debacle coincidía con la consolidación de la segunda revolución digital, la llegada de la IA generativa de imágenes, y la llegada de unos móviles con unas cámaras cada vez más potentes que están a dos días de sustituir las cámaras digitales como las conocíamos.

Este acceso tan sencillo a capturar nuestro entorno con un solo clic, nos ha convertido a todos y cada uno de nosotros en productores-consumidores(devoradores) insaciables de imágenes. Nuestro rostro aparece en más fotografías que las de nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos juntos.

Llegados a este punto, ¿qué sentido tiene ponernos en manos de profesionales para que nos hagan lo que nosotros ya hacemos prácticamente cada día?

En la era del selfie, nos resulta casi kitsch (pretencioso, demodé, de mal gusto, cursi) colocarnos delante de un fondo blanco, dibujar nuestra mejor sonrisa y obedecer las directrices de un/a profesional de la fotografía. Creo que ni siquiera se trata del hecho de pagar para que nos hagan fotos: se trata de la extrañeza en el ritual de dejar en manos de otra persona eso que nosotros -y entre nosotros- nos hacemos ya con tanta soltura.

Pero ¿no nos gusta de vez en cuando ir a buenos restaurantes aunque nos cocinemos cada día en casa?


Al abrir el estudio de retratos al colodión húmedo hace ahora 8 años, noté rápidamente un interés creciente en retratarse que creía en vías de extinción. En 8 años, más de 3000 personas han pasado por delante de mi cámara, con la intención de crear una imagen memorable que destaque por encima de los miles de retratos y autorretratos que saturan nuestros móviles y nubes.

En un momento en que concebimos las imágenes como consumibles de un solo uso, el recuerdo, el álbum, el pase de diapositivas después de las vacaciones, ha dado paso rápidamente a las stories: a imágenes que no hacemos para nosotros sino para nuestra reafirmación ante el mundo. "He estado aquí.", "He visitado este lugar.", "He comido en este estrella Michelin.". 24 horas colgada, para que la vean unos cientos de personas durante menos de un segundo (de media).

Lo que veo más en el estudio son sesiones de retrato de pareja que comienzan con un "Nos hemos dado cuenta de que, después de todos los años que llevamos juntos, no tenemos ninguna foto significativa".

Creo que presenciar el ritual químico y artesanal del colodión húmedo solo nos sirve de excusa para hacer lo que estamos empezando a darnos cuenta que nos falta: crear imágenes de nosotros que sean verdaderos recuerdos. Que no nos hagan ruborizarnos cuando imaginamos a nuestros bisnietos descubriéndolas entre un mar de archivos. Que quieran guardarlas con el amor con el que nosotros todavía guardamos las de nuestros abuelos.

Imágenes que sabemos que perdurarán entre un océano de ceros y unos.

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